Opinión

Cielo negro sobre Madrid

Fachada de San Francisco el Grande, Madrid. Foto de Sonia Sánchez Recio
photo_camera Fachada de San Francisco el Grande, Madrid. Foto de Sonia Sánchez Recio
Manuel Mur Oti rodó "Cielo negro" en la zona del Viaducto de Madrid. "Cielo negro" nos da pie para visitar la Iglesia de San Francisco el Grande en la calle Bailén y el Viaducto, que clava sus pilares sobre la calle Segovia. Se trata de un perímetro cuajada de lugares curiosos.
Una de las secuencias del cine español que más me gusta, por su calidad técnica y su efectismo dramático, es el travelling final de Cielo negro (Manuel Mur Oti, 1951). Transmite la desesperación de alguien que no ve más salida que quitarse la vida arrojándose por el Viaducto de la calle Bailén, en Madrid. Aunque al final, hay que decir, en el campo de la ficción en que nos movemos, que “la sangre no llegará al río”.
 

  Rodaje en la calle Bailén. Los camiones arrojan leche en lugar de agua para simular la lluvia

El resorte que mueve a la protagonista, Emilia, trabajadora en una casa de modas (espléndida Susana Canales) es la suma de muchas desgracias, tales como haber sido despedida del taller y engañada por sus ex compañeras, quedarse casi ciega, y perder a su madre –a la que de manera impactante se encuentra siendo velada por unas vecinas, que recuerdan a las sombras de un aquelarre goyesco-. Pero no es tanto la historia melodramática y con tintes neorrealistas lo que me interesa de la película, sino su gran calidad plástica y simbólica, y especialmente los lugares a los que remite. Mur Oti recurre a arquetipos para resolver rápidamente la trama y evitar desarrollar algo más el guión. Desde luego esto es un defecto, sin embargo, en la narrativa visual los arquetipos pictóricos a los que alude son bastante llamativos. Es el caso, por ejemplo, del paralelismo entre una “desamparada” Emilia y la figura de la Virgen de la Misericordia de Piero della Francesca.


    Fotograma de la película y detalle del fresco de Piero della Francesca


Siguiendo con los arquetipos, nos encontramos con el del poeta pobre y superviviente, interpretado por un joven Fernando Rey, en el papel de Lope Veiga. Es un antecedente del Martín Marco de La Colmena (Mario Camus, 1982),  interpretado por José Sacristán, y del Ricardo Sorbedo, al que daba vida Francisco Rabal.


       Susana Canales y Fernando Rey (fotomontaje del cartel)

Desde el punto de vista psicológico los lugares en los que se mueve la protagonista también se identifican con diferentes niveles mentales y espirituales. Emilia vive en la calle Segovia, a los pies del Viaducto, cuyos arcos se recortan como el esqueleto de una ballena (representa el inframundo, pero también el  subconsciente, el mundo de los deseos).


  Viaducto. Foto de Sonia Sánchez Recio

Desde ahí, ha de ascender por un tramo considerable de escaleras, que salvan el desnivel hasta Las Vistillas, para llegar a su lugar de trabajo y a la verbena. En otro nivel superior se encuentra la Iglesia de San Francisco el Grande, es el lugar en el que se refugia “llamada” por sus campanas, cuando está a punto de tirarse al vacío. Emilia siente una especie de iluminación.


                 San Francisco el Grande. Foto de Sonia Sánchez Recio

Para mi gusto la secuencia debería terminar cuando accede a la iglesia, con toda esa fuerza dramática que se aprecia al empujar las enormes puertas; el efecto se pierde al alargar el “tempo” con la Misa.

La película nos da pie para visitar la zona baja del Viaducto, con sus pilares clavados en la calle Segovia. Se trata de un perímetro cuajado de lugares curiosos. Cualquiera que se pasee puede ver la placa que recuerda que Mariano José de Larra nació allí, en las antiguas Casas de la Moneda. Justo al lado, otra placa señaliza el comienzo de la calle del Pretil de los Consejos, primera sede del Concejo, antecedente de lo que después sería el Ayuntamiento de Madrid. Ramón María del Valle-Inclán situó allí parte de la trama de Luces de Bohemia. En el Pretil se encontraba la cueva de Zaratustra (o Zoroastro), y es que Valle-Inclán no ignoraba que en el número 5 de esa calle se ubicó la Logia masónica del Gran Oriente.