Opinión

El centenario de Bram Stoker y la vigencia de Drácula

En unas horas se cumplen cien años de la desaparición de Bram Stoker, el autor de "Drácula". Revisamos la versión cinematográfica más fiel a la novela: la película de Coppola. Una película que renovó visualmente el género y terminó con los vampiros vestidos de frac y con los ajos.
El 20 de abril se cumple el primer centenario de la desaparición del autor de DráculaBram Stoker, y además se conmemoran los veinte años del estreno de la mejor de las versiones cinematográficas sobre el vampiro: la de Francis Ford Coppola. La novela se publicó en 1897.

Existen alrededor de doscientas películas sobre el conde rumano; entre las más célebres cabría citar las dirigidas por Tod Browning, Terence Fisher y Werner Herzog, aunque la más original tal vez sea la de F.W. Murnau: Nosferatu. El propio Coppola llegó a afirmar que era su favorita, y que él pretendía contar la misma historia, "aunque con mayor intensidad". La del director italoamericano es una de las versiones más fieles al libro (comenzando por el título: Drácula de Bram Stoker), aunque con alguna salvedad: su guionista, James V. Hart, incorporó un posible origen histórico del personaje creado por Stoker, identificándole con Vlad Tepes, el empalador, un príncipe que en el siglo XV luchó contra los turcos. El caballero de la orden del dragón, en la propuesta de Coppola, da menos terror que en otras ocasiones; es más bien un ser trágico, una criatura atormentada por el suicidio de su amada Elisabetta. En esta versión todo es potente, innovador y barroco: la puesta en escena, el vestuario, y la banda sonora. Ya desde el comienzo, impresiona la secuencia de la batalla, en la que se percibe la influencia plástica del film Kagemusha, de A. Kurosawa, y hasta de Lo que el viento se llevó, en particular, la secuencia del juramento de Escarlata O´Hara que comparte teatralidad con el horizonte rojo empleado en la batalla contra los soldados otomanos de Drácula.  


Fotogramas de Drácula (los soldados son marionetas), de Kagemusha, la sombra del guerrero, y de Lo que el viento se llevó

La influencia japonesa no sólo se hace patente en el diseño de producción y en la puesta en escena, si no que es imprescindible reparar en su arriesgado vestuario. Su autora, Eiko Ishioka bebe de otras fuentes diferentes a la arquetípica capa negra, el frac y la déshabillé, tan relacionadas hasta entonces con el género. Siguiendo con las comparaciones entre esta versión y otras anteriores, en ésta de 1992 aparecen menos caricaturizadas las escenas con crucifijo; y no hay lugar para los ajos y las telarañas.


El paladín cristiano reniega de Dios. La pila bautismal parece un cáliz derramado. A la derecha, secuencia que recoge el primer encuentro entre el Conde y Mina. De fondo, una proyección de cine

Este Drácula supone una reinterpretación visual del relato sobre el vampiro.  Francis F. Coppola y su hijo Román, responsable de los efectos especiales, optaron por métodos tradicionales y rodaron todo "a cámara", frente a la posibilidad de trabajar con una incipiente industria de efectos virtuales. El resultado es un cúmulo de impactantes imágenes -sencillas en apariencia, pero complejas en cuanto a preparación- como las diseñadas para conseguir, por ejemplo, que la sombra del "no muerto" cuente con "vida" propia, o la transición entre occidente y oriente, a la que se llega mediante un fundido que encadena la imagen del ocelo en la pluma de un pavo real con un túnel de tren que avanza entre los Cárpatos. Todo se filmó en estudios. No se utilizaron localizaciones reales, si no que se emplearon maquetas, planchas de cristal pintadas, etc.




Arriba a la izqda., imagen de la pluma de un pavo real, que se funde (centro) con el plano correspondiente al túnel de un tren que se abre paso entre los Cárpatos. Dcha. Harker viaja a Transilvania. Abajo dcha. Castillo de Drácula, inspirado ( izqda.) en un dibujo de F. Kupka titulado Resistencia o El ídolo negro (1903)

La música es otro elemento a destacar; oscura, a veces melancólica, y en otras ocasiones, enérgica. La partitura es del compositor polaco Wojciech Kilar, y es especialmente memorable la marcha que con tanto brío dirige Anton Coppola, y que se funde y realza las secuencias de transición, en las que los protagonistas se desplazan "de su mundo" a otro, como cuando el pasante de notario Jonathan Harker (Keanu Reeves) viaja a Rumanía, o cuando Drácula (Gary Oldman) se dirige a Londres, metido en su ataúd en la bodega de un barco. La banda sonora recuerda, en parte por los "ostinatos", a algunas de las últimas que compuso el húngaro Miklos Rozsa, como la del film de Billy Wilder La vida privada de Sherlock Holmes (1970).

He aquí algunas influencias escultóricas y pictóricas en la dirección artística. El bestiario románico, a través de las figuras de sirenas de cola bífida, parece un antecedente arquetípico de una de las novias de Drácula (a la izqda.) que no es otra que Mónica Bellucci. Abajo, el cuadro de un supuesto antepasado de Drácula se mezcla con las facciones del autoretrato de A. Durero.




Arriba, fotograma de Drácula y capiteles con sirenas de cola bífida: capitel del Palacio C. de Pola, en Croacia (foto del Dr. J.Oliver-Bonjoch) y del claustro de Sant Pere de Galligants-Girona. Abajo Autoretrato de Durero y fotograma de Drácula. 

El último trabajo de Francis F. Coppola también se mueve en el reino de las tinieblas, y lo hace de la mano de E. A. Poe. El año pasado se proyectó en el Festival de Sitges, y pronto podremos verlo en los cines.