
Tierras de pinar y tierras de trigo. Ermitas románicas que, sin esperarlo, se asoman a nuestro interior como invitaciones al retiro o a la meditación. A un lado queda La Rasa, donde nació el sindicalista Marcelino Camacho, ciudad que fue nucleo ferroviario en la edad de oro de las locomotoras de carbón y los vagones de tercera ("siempre sobre la madera / de mi vagón de tercera", escribió don Antonio), y a otro Ucero, y el cañón del Río Lobos, y el Burgo de Osma con su catedral, agregación de piedra y de siglos "desde sus vestigios románicos hasta el esplendor neoclásico".
San Esteban de Gormaz es, tal vez, la ciudad más integrada con el Duero de todas las que Escapa describe en Corazón de roble. Sus iglesias románicas, de una pureza extrema (San Miguel, Santa María del Rivero) se complementan con el Parque del Románico, en el Molino de los ojos, en plena ribera del Duero, un lugar casi mágico, como extraído de algún libro de cuentos de la Europa central, acostumbrada a convivir, desde el principio de los tiempos, con los ríos. Así describe Escapa ese lugar: "Al otro lado del río se van las casas de campo con sus embarcaderos y los jardines que se derraman en el Duero. Este paraje de los Ojos solía pasar inadvertido a los visitantes del Duero soriano por su apartamiento de las rutas convencionales". Pues bien, como este lugar, parte de la ciudad de San Esteban de Gormaz, son muchos los rincones desconocidos que suelen ocultarse, casi siempre, a la mirada del viajero. En Corazón de roble los conocemos a fondo, incluso en su temblor más íntimo. Gracias a la palabra. A la literatura que viaja y nos hace viajar. ¿Es así o no?