Opinión

La otra Segovia: las llanuras del centro y del norte, vistas por Ridruejo (y III)

Segovia 3 Ridruejo
photo_camera Laguna de Cantalejo. En las llanuras al este

En la anterior entrada dejamos a Dionisio Ridruejo a punto de abandonar la ciudad de Segovia para abordar el viaje hacia las llanuras de pan llevar de centro y del norte de una provincia diversa y rica. Son los años 50 y es su libro Guía de Castilla La Vieja.

Por los Sitios Reales segovianos, Dionisio Ridruejo pasará con rapidez. La Granja de San Ildefonso y el Palacio de Riofrío ya eran en los años en que escribió su Guía de Castilla La Vieja lugares recurrentes del turismo madrileño de fin de semana y del escaso internacional que tenía parada y fonda en Madrid. Cambia el paisaje por la carretera de La Granja —“veremos negrear el roble hasta el palacio de Riofrío”— mientras Ridruejo reflexiona vinculando la Ilustración y su espíritu aconómico a las frondas que rodean el palacio y a los jardines de La Granja (“Hacer de España una productiva y recreativa granja fue, quizá, el sueño delos mejores hombres del siglo XVIII”, escribe). El poeta medita y recrea los retiros de los distintos mnarcas a través de la Historia, desde los Austrias, que habían pasado temporadas en Valsaín, hasta Felipe V, que concibió el nuevo palacio y sus alrededores siguiendo el modelo de Versalles. Con Ridruejo paseamos por los jardines, contemplamos las fuentes y las esculturas de bronce que las acompañan. Diana, El canastillo, Las RanasSegún avanzamos en la lectura nos percatamos de la enorme riqueza vegetal que nos rodea: robles, pinos, castaños, sauces, tilos, álamos. El autor nos invita a visitarlo, sobre todo, en otoño y para seducirnos, señala que “ver caer la tarde, como una rosa grande, en el agua donde se hunden, con su reflejo, los árboles dorados, es de una belleza embargante y casi insufrible”. De los jardines pasamos al palacio de Riofrío, situado a muy pocos kilómetros de La Granja, no sin antes dar un corto paseo por Valsaín y visitar la Boca del Asno, ese lugar que para quien esto escribe guarda noticia de viejas excursiones colectivas realizadas en los años previos a nuestra transición con una intencionalidad tan simple como la de poder  celebrar asambleas fuera del alcance de la policía política,

La Granja

Pero otra Segovia, más rural y menos sofisticada y versallesca, nos aguarda. El poeta nos lleva por San Rafael y El Espinar (“un pueblo ganadero, de caserío nobilísimo, de riqueza creciente y urbanización ejemplar”), a Villacastín, pueblo en el que tantas veces  nos detenemos los madrileños en nuestros viajes por autovía a Galicia y (lo sabemos por Ridruejo) donde comienza el encinar y el pino acaba. Nos vamos alejando de la sierra y nuestro autor nos ofrece pinceladas cargadas de sugerencias e invitaciones a detenernos. Pero no es posible parar, hemos de avanzar hacia el llano volviendo hacia Segovia “por Zarzuela del Monte, Fuentemilanos y Hontoria” para internarnos en lo que en el libro se denomina zona “Centro-Norte” de la provincia.

Así, emprendemos el camino hacia Turégano por la carretera de Zamarramala. Ridruejo recomienda no la vía principal que lleva a la burgalesa ciudad de Aranda de Duero sino una de esas carreteras de segundo o tercer orden que están cargadas de sorpresas  e incitaciones para viajeros y caminantes ya que “de otro modo”, escribe, “dejaríamos fuera de itinerario […] Carbonero el Mayor, Navalmanzano, Fuentepelayo, Aguilafuente”.  En ese camino nos adentramos por un terreno pizarroso, unas tierras que anticipan el pueblo de Bernardos, “donde se conserva con mayor vitalidad la tradición de la industria textil lanera de la región”. Durante muchos kilómetros y algunas páginas visitaremos fugazmente localidades casi aldeas y rincones memorables hacia los campos que rodean el Duratón. Avanzaremos en paralelo a la ribera del Malucas, sombreado por pinares “que no nos abandonarán hasta las proximidades de Turégano”.  Sabemos de la existencia, en Aguilafuente, de un museo dedicado a la villa romana de Santa Lucía, de una iglesia, en parte románica, en Fuentepelayo, y nos apercibimos de que ya estamos en Turégano, un pueblo “ya metido en la plenillanura ganadera”. Ridruejo nos hace contemplar su plaza, que no es regular “sino movida”, con edificaciones de diversa altura y diseño, y nos habla del castillo, que no es fortaleza sino “castillo-iglesia”, es decir, recinto exterior que refuerzan cubos cilíndricos y templo “románico transicional” del siglo XIII.  

Segovia 3 Ridruejo Turegano

De Turégano a Cantalejo, “que se beneficia de la mancha pinariega que llega hasta Cuéllar”. Y al arribar a Cantalejo, el poeta elude la historia de nobles y altos nombres de la aristocracia pasada o presente para acercarnos a una cotidianidad que ignorábamos: así, nos cuenta que tras la Revolución francesa hubo en el pueblo “una colonia de emigrantes de aquel país que se dedicaron a la fabricación de cribas y al chalaneo de animales”. De ahí, añade, nació un curioso lenguaje, de nombre gacería o briguería, con una mezcla de palabras variantes del castellano, el francés, el italiano y el alemán, que en aquellos años sesenta aún   se utilizaba en ferias y mercados (y uno, lector curioso, se pregunta, con fundamento, si se utilizará hoy: espero que haya lectores sabios que informen de ello: hoy Internet es un espacio para el milagro).

Segovia 3 Cuéllar

Pasaremos por Fuentidueña, con restos del viejo castillo y ruinas románicas, parroquia de San Miguel y una fuente que ofrece aguas al Duratón, riega “una vega de gran feritilidad y mueve algunos molinos”. De allí, en la comarca de la Churrería (por las ovejas “churras”, no nos equivoquemos), y enfilando hacia el norte, al lado de Sacramenia, veremos los restos del monasterio cisterciense cuyo claustro, piedra a piedra, fue trasladado a Miami por el magnate de la prensa William Randolph Hearst, tal y como nos contó, en un capítulo anterior de este libro, Ernesto Escapa en su Corazón de roble.

Por tierras de Cuéllar, atravesando “un paisaje ondulado, per recto, que aún no es la llanura plana de Valladolid”, iremos viendo, poco a poco, el final del apasionante viaje segoviano de Dionisio Ridruejo. Cuéllar recuerda a ciertos pueblos de la Toscana, tiene dos torres góticas y siete románicas y muchos restos de lo que fuera, en un tiempo remoto, muralla. Sabemos que es “centro triguero y resinero de importancia” y que en él se produce, en el antiguo convento de San Francisco, achicoria de manera abundante.  Nos salen al encuentro, al leer ese término, evocaciones de la posguerra de nuestros padres y de nuestra propia infancia (la achicoria era “el café de los pobres”) cuando Ridruejo afirma que Cuéllar “puede ser tenida por la capital nacional de la achicoria”. Casi nada. Sabemos que alrededor de esa industria hay todo un universo gastronómico que tiene como pieza de exportación y de oferta en los comercios locales el dulce de achicoria y piñones.

Ridruejo 5De Cuéllar, Ridruejo nos lleva a Coca y a su castillo inimitable de fábrica de ladrillo mudéjar y de allí, bordeando el Eresma, que baña la ciudad y es llamado “Río Grande” (en oposición al Voltoya, al que llaman “Río Chico”), a Santa María de Nieva pasando por la Nava de la Asunción, donde nos asomaremos al monasterio de los dominicos (“el claustro quizá sea el más hermoso de la provincia a pesar de su descuido y de la escasa armonía entre la parte baja y la alta”. Nuevamente la piedra nos celebra y celebra a Castilla. Pero ya es hora de dejar de viajar por y con el libro del escritor soriano. Estamos al final del trayecto aunque lo concluya con una invitación adicional tras conducirnos hasta Adanero y a la bifurcación de carreteras por la que desde los días de las autopistas  es conocido el pueblo, y dejarnos en la frontera con la provincia de Ávila: “Entre Labajos y Abades, podría, el que lo desee, buscar el pueblo de Marugán, donde hay una iglesia con un artesonado mudéjar admirable. Ir a verlo sería un buen modo de decirle adiós a Segovia, donde el mudejarismo, marginal en Castilla la Vieja, se nos ha ido haciendo familiar”. Y. siguiendo el consejo del escritor soriano,  decimos adiós (aunque quizá fuera mejor un “hasta luego”), con Dionisio Ridruejo, a Segovia.