Opinión

Richard Ford nos lleva por Reinosa y Cantabria en el XIX / Manuel Rico

Paisaje del Valle del Pas
photo_camera Paisaje del Valle del Pas
Richard Ford, el viajero romántico inglés (no confundir con el narrador americano), no sólo recorrió Castilla y Andalucía. Su afán viajero rompió la imagen arquetípica de la España meridional para internarse por el paisaje cántabro, con "valles que parecen suizos".

En su libro Manual para viajeros por Castilla y lectores en casa, en el volumen dedicado a Castilla la Vieja, el escritor romántico inglés Richard Ford (Londres, 1796 - 1858) cuenta su viaje desde Burgos  a Santander. Es un viaje en diligencia, lento y azaroso como cabría esperar de los caminos de le época (estamos hablando de principios de la década de 1840). Ford es un viajero avezado y un observador puntilloso, lo que permite al lector conocer detalles en apariencia irrelevantes pero que nos llevan al corazón de la época. Sabemos que la diligencia que trazaba la ruta Burgos-Santander era de la empresa los Catalanes , que en el pueblo de Urbel del Castillo (en la fotografía), en el camino de Burgos hacia la montaña, estuvo la sede episcopal, que la diligencia que salía de la capital burgalesa llevaba “al pescador de caña a algunos de los lugares donde mejor se pescan la trucha y el salmón en toda España”. 


 

El escritor inglés, que llevaba ya algunos años residiendo en España y atravesando las llanuras desecadas de la vieja Castilla y de La Mancha, le sorprende la orografía a la que se enfrenta en este viaje hacia el norte y no duda en establecer comparaciones que hablan de esa sensación. Recomienda al pescador de montaña que se dirija a Liébana y después a Potes, pueblo en el que ha de fijar residencia para desplazarse a distintos ríos a pescar y que se “levanta en el centro de cuatro encantadores valles que parecen suizos: el Val de Prado, Cereceda, Val de Baro y Cillórigo”. Nos adentra, con su prosa limpia y directa (que en algún momento no desdeña la digresión) por los bosques de Liébana, ante los que se rinde por su belleza aunque sin dejar de subrayar uno de los muchos males de la España de la época: “son”, dice de los bosques, “magníficos y están abandonados, como de costumbre, ya que la naturaleza abastece al español de todas las materias primas , pero son muy pocos los valores adicionales que dan de sí su arte y su industria; al contrario, resulta más frecuente ver que el producto, abandonado, se pudre en el suelo mismo, mientras los que podrían sacar el mejor provecho ven denegado el permiso de hacerlo” (hoy, más de siglo y medio después, he escuchado en un informativo una queja idéntica  respecto al retraso en los permisos de limpieza del bosque de  agricultores canarios víctimas de los últimos incendios forestales).


 

Richard Ford demuestra ser un hijo de la Ilustración y un testigo crítico de los males del país. Pero ello no obsta para que nos deje su “memoria del camino” con descripciones impresionistas. Reinosa es la ciudad beneficiaria de sus elogios más llamativos: “Reinosa”,  escribe, “es una limpia ciudad de montaña, con una buena calle y un buen puente. Su población es de 1.500 habitantes. Es lugar activo, frecuentado por transportistas, y por el Puerto pasan el grano y el vino de las llanuras”. Una buena calle y un buen puente, dos austeras descripciones que nos dan la esencia, pero no nos cuentan qué tipo de puente y qué tipo de calle.


 

Lo que sí nos cuenta Ford, al referirse al grano y al vino de Castilla, es su conocimiento del Canal de Castilla, al que alude de pasada pero destacando la importancia que podría tener su finalización para el intercambio de productos diversos entre las tierras burgalesas y los puertos cántabros, especialmente el puerto de Santander. No podía faltar en su descripción el toque pintoresco y habla de los días de feria en Reinosa ( 25 de julio y 21 de septiembre) y la movilización de campesinos y Pasiegas (así lo escribe, con mayúscula y cursiva) como principales activos de sus mercados. 


 
Cruzamos, con Ford el puerto del Escudo, descendemos al valle del Pas con el Besaya, “arroyo truchero” y no evitamos la apelación indirecta a la estratificación en clases sociales del país y al enorme poder alimenticio de las damas de cría o nodrizas de la comarca. Así nos lo narra el autor: “Esta es la sana comarca de Las Pasiegas, que reventando de jugos de montañas, dan de mamar a los encanijados hijos de las clases acomodadas del enfermizo Madrid”.  Lo escribió Richard Ford y sus razones tendría.