La Sierra del Alba, la España vacía y Avelino Hernández
"Hoy la Sierra el Alba es ya un camposanto de pueblos"
Alcalde de San Pedro Manrique a Karl Adhel (En 1960)
Fue durante la celebración de Expoesía 2019, el pasado mes de agosto. En Soria. Una mañana, quizá la del jueves 9, Gonzalo Santonja y el que suscribe, acompañados de Jesús Bárez, concejal de Cultura, caminábamos por el Collado, la vértebra vital y cultural de la ciudad, hablando distraídamente de literatura de viajes, de los viajeros que habían tenido las tierras de Soria y sin darnos cuenta nos encontramos ante la librería (y papelería) Las Heras. Santonja me invitó a entrar tras calificarla como "la mejor librería de Soria". La verdad es que yo la había visitado en algunas ocasiones en anteriores viajes, pero fueron visitas fugaces, en las que no pasé de una ojeada algo desatenta a la mesa de novedades de narrativa. Me presentó a César Millán, el librero, editor, escritor, responsable desde hace más de veinte años de la librería y soriano de Covaleda. Hablamos durante un rato de las últimas novedades, de las ventas, de la feria del libro poético que se celebraba en esos días, instalada en la Alameda, y en un momento determinado, quizá porque me interesé por la evolución de mis diarios de Escritor a la espera ("se van vendiendo, aunque, dado el género, poco a poco", dijo) me dijo que aquella misma mañana, curiosamente, había vendido dos ejemplares de Letras viajeras, mi "libro de libros de viajes" nacido de este blog. Lo comenté con mi acompañante con cierta sorpresa y éste se apresuró a recomendarme "uno de los mejores libros sobre viajes por el interior de Soria que se han escrito" mientras se dirigía a la estantería correspondiente y, en segundos, me extendía un ejemplar de La Sierra del Alba, del casi legendario escritor soriano, fallecido en 2003, Avelino Hernández
El autor nos cuenta que Adhel llegó a la Sierra del Alba "a las siete de la tarde del día 26 de abril". A partir de esa frase, el relato nos va a llevar, de misterio en misterio, a familiarizarnos con la desolación, con la soledad y la perplejidad.
Si la primera parte del libro es el recuento de los prolegómenos del viaje de Adhel, en la segunda nos adentra, ya desde el titulo, “Un camposanto de pueblos”, en las tierras de destino. Toda ella es un suerte de crónica escrita por el profesor y remitida, en febrero de 1961, en forma de cuaderno y junto a un mapa de la zona de elaboración propia, a un todavía joven Gaya Nuño. La crónica del recorrido por una sierra que oscila entre la estepa, el monte bajo, la tierra de pinares, las roquedas y las vegas y huertos abandonados. Adhel (Avelino) visita 25 pueblos, casi todos vacíos o con uno o dos residentes en la línea de la despedida (por edad o por voluntad de huida), a lo largo de un verano “recorriendo a pie, pueblo a pueblo, barranco a barranco, río a río y cima a cima.” Pueblos donde ya no hay hombres (“Solo quedan recuerdos que, como espectros, van desgarrándose en la maleza salvaje que se adueña de todo”). Son pueblecitos, con la excepción de San Pedro Manrique, casi aldeas, con nombres como El Espino, La Losilla, Cerbón, Fuentebella, Acrijos, La Mata, Villaseca Bajera, Palacios, localidades perdidas en recodos de carreteras estrechas o caminos de tierra, entre los montes de la cordillera que avanza imparable hasta La Rioja.
Con Adhel entramos en cada uno de esos pueblos y conocemos a sus últimos habitantes. Hay en el libro una descripción que sintetiza el estado general de esos moribundos núcleos de población. El narrador se refiere a uno de ellos, del que no da el nombre aunque sí indica que está próximo al puerto del Madero: “Las paredes quebradas de los huertos abandonados estaban cubiertas de musgos tiernos. Los ciruelos y los manzanos, que hacía tiempo que nadie cuidaba, tenían, sin embargo, frutos recién iniciados. Sin contención ni cauce, las hierbas silvestres se adueñaban del suelo.”
Establos sin animales, casas consistoriales intactas en su interior y con el mobiliario cubierto de polvo, casas con escudos nobiiarios que no enorgullecen a nadie, escuelas sin niños y sí con geranios y buganvillas, la naturaleza, los pájaros, los zorros, toda la fauna de una sierra que vuelve a su salvaje virginidad van adentrándose en los lugares donde antaño hubo gente, hubo vida. Con el autor conocemos a Martín, el último varón que habitó Fuentebella (“Y duró dos inviernos viviendo allí solo”), el pastor amenazante que se planta ante el viajero en el camino de Buimanco, el extraño personaje don Máximo, que “llegó cuando la posguerra” nadie supo de dónde, a Matasejún, doña María, la maestra de El Vallejo que se quedó para siempre en el pueblo deshabitado y que fue encontrada muerta por congelación en la vieja escuela una mañana de invierno rodeada de geranios y buganvillas, Demetrio Pérez Loya, el último pastor de Velosillo, el matrimonio con tres hijos pequeños que fue la última familia que vivió en Veguizas…
Un itinerario que encuentra punto final en Montaves, nunca se sabrá si acentuando el pesimismo y la desolación que ha presidido el viaje o alumbrando una tímida luz de esperanza:
“Hay una breve cortina de labor donde han madurado mieses: probablemente un pobre trigo.
“Un niño y una niña están segando; segando a mano.
“Y una mujer de luto, vencida y triste, con un viejo paraguas protege del sol abrasador a los niños que, encorvados, trabajan.
“Solo en Montaves vi niños en la Sierra del Alba”.
El libro fue publicado en 1989 y describe una comarca en tiempo pasado. Hace ahora treinta años de aquella primera edición en la colección Ala Delta, de Edelvives. Ya era visible la España vacía. Soria ya era víctima de una diáspora imparable. Apenas se ha modificado la situación de los pueblos que visitamos en nuestra lectura. La virtud de libros como éste, como lo fueran Historias de la Alcarama o El nido del cuco, de Abel Hernández, es que actúan no solo como obras literarias y experiencias artísticas, sino como permanente factor de denuncia, como precipicio inevitable de nuestra memoria. Personal y colectiva.
La Sierra del Alba. Avelino Hernández. Asociación Amigos de Avelino. Soria, 2019.. 194 páginas.
La fotografía situada en último lugar corresponde al pueblo de Sarnago (De FRANRUMAR)