Con Javier Reverte, tras las huellas de Camus en Argelia. Primera parte
Con Javier Reverte hemos viajado por el Amazonas, por el Río Congo, hemos atravesado la Irlanda más literaria y recalado en una China que no se le revela demasiado simpática. Son menos los viajes en los que lo hemos acompañado por territorios cercanos y por algunos de sus fantasmas literarios. Como en algún momento tenía que darse esa doble coincidencia, en estos días de primavera he podido leer su libro El hombre de las dos patrias cuyo subtítulo es más que revelador: Tras las huellas del Albert Camus. Es, quizá, su último libro y en él nos invita a acompañarlo en su viaje por la Argelia en que el genial premio Nobel conformó lo esencial de su vida y de su formación literaria y en la que situó sus obras esenciales: El extranjero, La peste y su libro póstumo (e inacabado) El primer hombre.
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Ese viaje, que inicia un “lunes de primeros de febrero, viajando desde Madrid, camino de Alicante”, nos apasionará desde su primera etapa. Con una prosa directa y despojada, de una eficacia indiscutible, Reverte entrevera su narración del viaje con sus lecturas de Camus y evoca cómo llegó a leer El primer hombre, en 1994, haciéndome recordar, al tiempo, mi primer contacto (tardío, como tantas cosas) con La peste en 1991, una lectura que llevé a cabo en sucesivos viajes en el autobús 51 entre la plaza de la República Dominicana y la zona más céntrica de la calle de Alcalá. El muelle alicantino del que parte el ferry en que se trasladará Reverte ya muestra “el aspecto de un zoco magrebí “ en el que “faltaban solo los burros, las mezquitas y los almuédanos”. Es como una visita prólogo, como un anticipo de las tierras que ha decidido visitar: “Argelia empieza en los muelles de Alicante”, escribe, “en los días en que parte el transbordador rumbo a Orán o Argel”. El viaje tendrá dos fases reconocibles: Orán y sus alrededores, bajo el título Rumbo al mal, y el recorrido por la legendaria Argel, al que denominará Rumbo a la luz.
No tardamos en conocer a Houari, acompañante del escritor, del que sabemos no sólo de su humilde vestimenta, casi astrosa, sino, también, que es "alto, enjuto, moreno de tez, hirsutos cabellos negros, cejas espesas y ojos negros y saltones". Houari es un seguro para moverse por Orán al que no renunciará en todo el viaje. Con Terki, el profesor de español, en un modesto coche, Reverte se dirigirá a la playa de Bouiseville, el lugar mítico donde Camus fue testigo del asesinato que inspiró El extranjero. Una playa de una rara belleza que sorprendemos con un aspecto desolador pero que tuvo un pasado casi señorial. Escribe el autor: "Bouiseville fue una playa elegante en los años de la colonización francesa. un lugar exclusivo para franceses ricos, en la costa oeste de Orán".
Regresar de la playa cavilando sobre las diversas inspiraciones de Camus significa, para Reverte, buscar un lugar donde tomar cerveza, el Bar Titanic. Antes visitará la vieja plaza de toros donde unos niños juegan al fútbol y donde aún hay huellas obvias del paso de los españoles por la ciudad: carteles de "sol" y "sombra", taquillas cerradas, vestigios de una españolidad abolida. Al día siguiente, sería acompañado a un barrio complicado y atractivo, Sidi El Houari, el barrio de las putas, en el que nuestro escritor tiene la impresión, por el frágil y desastroso estado de las edificaciones, de estar ante "el Berlín de la Segunda Guerra Mundial tras un bombardeo" aunque con un obligado Hotel París, algo que no falta en ninguna ciudad que se precie de cosmopolita y abierta. Del barrio de las putas a la Catedral de San Luis, "un templo abandonado que durante un siglo latió como corazón católico de Orán". En el templo abandonado zurean las palomas, la suciedad campa por sus respetos y el grado de conservación de sus instalaciones es desolador. Nos cuenta Reverte que dentro vivían cuatro familias de okupas de las que el guardián de la catedral da algún detalle, además de mostrar su vivienda, instalada en el interior del templo y de una modestia que bordea la miseria. De la Catedral al viejo cementerio de la ciudad y de allí a la antigua judería ("Basuras, ruinas, mal olor...") como antesala de la visita a Cristel, un pueblecito en las afueras de Orán, "una aldea de pescadores en la falda de la montaña y arrimada al mar".
Pero será Tlemecén, una antigua ciudad situada a cerca de 200 kilómetros al oeste de la urbe oraní, Con su acompañante Houari, Reverte alquilará un coche ("un viejo Hyundai con dos rajas que cruzaban el parabrisas y polvo de una década", escribe) y con ambos nos dirigiremos, en un viaje de tres horas, entre paisajes polvorientos, lejanos minaretes y almendros en flor, a una ciudad de aire andaluz, con raíces no demasiado lejanas en la realidad española puesto que, tal y como nos cuenta Reverte, a ella emigraron "numerosos judíos de origen sefardi. En Tlemecén cerramos la primera parte del libro y del viaje, concluimos el Rumbo a la sombra. Tomamos un descanso lector y pronto volveremos al libro para adentrarnos, con Camus y su leal escudero Javier Reverte, Rumbo a la luz en busca de los misterios de la claridad de Argel.
Javier Reverte. El hombre de las dos patrias. Ediciones B. Barcelona, 2016