Opinión

Cádiz, de la sierra a la mar con Caballero Bonald / Manuel Rico

Desde el mar, Cádiz parece una ciudad de perfil bizantino. Caballero Bonald
photo_camera Desde el mar, Cádiz parece una ciudad de perfil bizantino. Caballero Bonald
José Manuel Caballero Bonald recorre, en un libro tan breve como intenso, la provincia de Cádiz. Inicia su viaje en su Jerez natal para acompañarnos por la claridad gaditana, por los pueblos con puerto y extensas playas que acaban junto al Guadalquivir y nos lleva a una sierra de pueblos blancos y tierras hondas.

 

A finales de los años ochenta, Renfe encargó a algunos grandes escritores la tarea de escribir sobre una ruta, entre lo turístico, lo cultural y la recuperación de su memoria más íntima, por una zona del país especialmente querida para ellos. La colección en que se publicarían llevaba por título “Los libros del tren”. Al cabo de los años, esa colección se ha convertido en un auténtico muestrario de incunables de la literatura viajera, algunos inencontrables.

 

Tengo en mis manos una pequeña maravilla de José Manuel Caballero Bonald. Lleva por título De la sierra a la mar de Cádiz. El autor de novelas como Ágata ojo de gato o En la casa del padre,  o de poemarios como Descrédito del héroe o el reciente Entreguerras  se entrega en esta ocasión al viaje por una tierra cercana, muy conocida y muy vivida, no en vano nació en Jerez de la Frontera. Al calor de su palabra, hecha de una prosa en la que siempre alienta el brillo poético y un barroquismo casi genético, paseamos por las calles y por la historia de Jerez, patria de los vinos olorosos, del caballo de raza y de un extraño mestizaje de lo inglés y lo andaluz, una ciudad llena de contrastes y de brillos, visitamos Cádiz  y avistamos su bahía (“Desde el mar, Cádiz parece una ciudad de perfil bizantino, una ciudad un poco sumergida, espejeante de cúpulas y minaretes, con un cielo superpoblado de cúpulas, gaviotas, antenas, jarcias y otros efectos navales”, escribe Caballero Bonald), avanzamos por las pequeñas ciudades portuarias como el Puerto de Santa María,  Sanlúcar de Barrameda, Chipiona, Tarifa, Algeciras, La Línea, con cuyo fondo el poeta ha escrito buena parte de sus mejores libros y acabamos adentrándonos por lo que él llama “las trochas de la Serranía”, conocida como ruta de los pueblos blancos: Arcos de la Frontera, Grazalema, Ubrique, El Bosque, Véjer, Grazalema. Luz y oscuridad, blancura y verdor, mar y montaña,  tradición pesquera y tradiciones afincadas en una sierra llena de sorpresas y de lugares no demasiado conocidos.

 

 

 

 

Cierto que el viaje de Caballero Bonald se inicia en el tren, en el trayecto que va de Madrid a Cádiz. Pero cuando el escritor se adentra en los caminos y costas de esas comarcas dejamos toda contemplación de paso (no de otro modo cabe valorar la visión desde el tren) para dejarnos embaucar por una prosa dúctil, llena de giros coloquiales y de hondos conocimientos de una tierra en la que fue niño y adolescente. El olor del mar y del salitre, la gama de vinos olorosos que duermen en las bodegas jerezanas, el aire entre ribereño y marino que se respira en Sanlúcar (no en vano está junto a la desembocadura, Bonanza, del Guadalquivir), el olor de la retama y de las hierbas silvestres de la sierra, impregnan las páginas de De la sierra a la mar de Cádiz hasta hacernos comprender de manera palmaria por qué el poeta jerezano vuelve cada año a su rincón sanluqueño y pasa largas temporadas bebiendo y respirando su ambiente, escribiendo, compartiendo horas de conversación con sus vecinos.

 

 

 

La geografía se acompaña de un recorrido por la historia y la descripción de calles y parajes no descuida la atención a las gentes y a sus raíces. Por ejemplo, así se refiere a los habitantes de los pueblos de la serranía: “No faltará quien descubra, a poca fantasía que le eche, a un curtidor con las hereditarias señas de nobleza de un cadí de Medina, o a un zagal que es como el hijo secreto del  Abencerraje y la hermosa Jarifa”.  Así nos describe el paseo por Sanlúcar: “Pasear por Sanlúcar, desde Bajo de Guía al Barrio Alto, supone un placer minucioso. Hay patios de elegantísima factura, casonas de mucho empaque, iglesias magníficas, calles y bodegas deliciosas. Entre el viejo palacio de los duques de Medina Sidonia y el moderno de los infantes de Orleáns, cabe toda la historia de Andalucía en los últimos siete u ocho siglos”.

 

 

Al leer su visita a este pueblo costero no podemos sustraernos al territorio mítico más poderoso de la obra de Caballero Bonald: el Coto de Doñana, ese espacio telúrico, con vida propia, capaz de tragarse, en su imponente naturaleza, cualquier intento de prostitución del paisaje y de la vida originaria, que cobra peso  y densidad en su gran novela Ágata ojo de gato y al que en este librito llama “territorio edénico” y nos relata así  su visión desde la desembocadura del Betis (o Guadalquivir) una vez superada la playa de Bajo de Guía: “Hasta donde alcanza la vista sólo hay pinos piñoneros, un inmenso bosque al que lamen las grandes mareas y que, en la bajamar, presenta una franja cenagosa toda acribillada de agujeros de crustáceos y guaridas de coquinas”.

 

 

 

He pasado algunos períodos de vacaciones en Sanlúcar. Su recuerdo, hecho de un combinado de olores, colores, músicas y sabores, se ha avivado con la lectura de este trabajo (no central en la obra de Caballero Bonald, más bien secundario como casi todo libro de encargo) hasta contagiarme la profunda empatía que sus palabras muestran por cada rincón, por cada camino, por cada grano de arena de las playas blancas, de ese territorio que se escapa del mar en Cádiz o Tarifa y va elevándose hasta tocar el cielo en Arcos de la Frontera.  Caminemos con sus letras viajeras con el gran poeta. Adentrémonos, para acabar, en  las trochas serranas gozando de este fragmento:

 

 

“La sierra es ahora como más recóndita y dramática. Como más ensimismada en su aislamiento y su hermosura, en su hedonismo y su indigencia. Estos serranos pertenecen efectivamente a una casta de hombres austeros y escépticos, enigmáticos y arrogantes. Los que no emigraron siguen siendo jornaleros eventuales, cazadores furtivos, carboneros, pastores, curtidores, hortelanos, picapedreros. Son gentes que han soportado largas epidemias de hambruna y que han pasado, sin transición, de la mansedumbre a la rebeldía, de la cabeza agachada al puño levantado”.

 

 

Un hermoso viaje guardado en un hermoso libro que está demandando una reedición en un sello no institucional. Editoriales independientes, ahí os dejo la sugerencia.